Adela, 52 años, pide consulta porque dice sentirse muy deprimida. Guapa, de presencia imponente, llora desde el principio de la entrevista. Su trabajo como autónoma va bien, le gusta lo que hace y se siente libre para organizar su tiempo. Es muy sociable, tiene amigos, amigas, sale con frecuencia, le gusta ir a conciertos y a bailar.
Con su marido “ni un sí ni un no”, ironiza. Lo que significa que mantienen una relación cordial pero casi sin intercambio afectivo desde hace mucho tiempo, pero eso es algo que hasta ahora no le ha preocupado especialmente.
Pero su hija se ha ido de Erasmus, y no puede asomarse a su habitación sin sentir una congoja incontenible, que sólo consigue calmar con una copa de alcohol.
Esperanza, 46 años, universitaria y exitosa en su profesión, está soltera y vive con su padre anciano. Como todos sus hermanos se han ido casando, se dio por hecho que ella cuidaría de sus mayores. Al salir del trabajo se va a dar una vuelta porque le deprime la idea de: ”del trabajo a casa”, sin tener una vida personal que la satisfaga. Y siempre termina en un bar, con una copa de alcohol.
Estos son sólo dos ejemplos de lo que escuchamos a diario en nuestras consultas. Por eso hoy, 8 de marzo, queremos reflexionar para desarrollar una perspectiva sobre el alcohol y su problemática en relación con la situación actual de las mujeres.
Los problemas asociados con el alcohol se manifiestan de forma distinta en hombres y mujeres, aunque en los últimos años se ha ido equiparando la forma de consumir.
Esta es la valoración que un grupo de mujeres alcohólicas ha hecho acerca de estas diferencias:
* La mujer solía beber más en casa a escondidas, los hombres en el bar.
* La mujer suele abandonar sus obligaciones familiares y los hombres sus obligaciones económico-laborales.
* La mujer se avergüenza de su consumo, éste tiene mala consideración social.
*La mujer bebe más por problemas personales y los hombres empiezan bebiendo para alternar.
Ante la equiparación cada vez mayor del consumo de las mujeres al de los hombres, sobre todo en jóvenes y adolescentes, nos preguntamos si es la lucha por la igualdad de género lo que mueve a las mujeres a comportamientos similares a los de los hombres, o si hay detrás de ello una reivindicación de ir en contra del estigma que tanto ha pesado en la consideración de la mujer alcohólica.
Siempre se nos ha dicho que ser mujer significaba estar en un segundo plano con respecto al hombre: estar en casa, cuidar de los hijos, apoyar al marido. Luego avanzamos, y a esto se le agregó el estrés del trabajo, tener que dar la talla, demostrar que podíamos con esto y lo otro, y que lo hacíamos todo bien.
Y ahora seguimos navegando en esta contradicción entre lo que se espera de nosotras como mujeres en el rol tradicional y las posibilidades que nos ofrece la sociedad actual, intentando encontrar un equilibrio que nos permita sentirnos serenas y a gusto con nosotras y con nuestro entorno.
En esta línea, vemos que muchas mujeres que conviven con el problema del alcohol dedican gran parte de su vida a ocuparse del consumo de otra persona (generalmente la pareja o un hijo).
Otras veces son ellas las que consumen, pero en ambos casos podemos constatar el peso que este rol ejerce sobre todas nosotras, y las dificultades para encontrar nuestro lugar en medio de tantas presiones.
Cuando el hombre es el que bebe, su conducta puede volverse agresiva para con los que tiene cerca, y suele ser la mujer quien recibe los golpes o agresiones del marido. Así lo cuenta Julia: “…Yo solamente vivía para él, pero él me destruyó…”.
Y muchas mujeres siguen callando y guardando el secreto de su infelicidad: la insatisfacción, la soledad y el aislamiento. Callar y disimular, que nadie se entere de su desgracia. Así sigue siendo a pesar de todo lo que hemos avanzado.
En los casos en los que es la mujer quien padece la enfermedad también es ella quien recibe las agresiones físicas y psicológicas por parte de su pareja, pretendiendo que desea ayudarla a modificar su hábito de beber. Testimonio de esto son las palabras de María.: “Empezó a hacerme beber porque decía que me volvía muy divertida, pero luego me llamaba borracha, p…, y más cosas cuando me veía bebida…”.
Aún hoy está peor visto que la enferma sea una mujer, a pesar de que la propia cultura y sus normas sociales son las que han propiciado el consumo.
Por todo esto, para las mujeres el problema del alcohol trae consigo una doble carga: tienen también la sensación de haber fallado como mujeres, y esto las lleva a la desaprobación, los sentimientos negativos y al descontento con ellas mismas. “Nunca me perdonaré el haber desatendido a mi hija, no fui una buena madre para ella”(Sandra), “la familia de mi marido decía que si él se pasaba la vida en el bar, algo le faltaría en casa, no sería yo una buena esposa”(MªCarmen, familiar).
A pesar de la lucha por salir de las limitaciones que han sido impuestas a las mujeres en una sociedad que nos exige mayores restricciones que a los hombres, esto sigue sin resultar nada fácil. De hecho, hoy vivimos una amenaza de regresión ideológica que intenta anular los avances conseguidos.
Esta es la paradoja: la publicidad nos bombardea con el mensaje de que bebamos, pero una mujer que bebe de más debe avergonzarse. Se la ve como débil, insuficientemente femenina, sin cuidar de sus hombres y corriendo el riesgo de perder su atención y aprobación, como una fracasada en su identidad de género “No me podía perdonar que mis hijos se avergonzaran de mí”, decía Pepa.
En suma, se considera que su adicción le impide cumplir con el papel que tiene, sea de esposa sumisa, madre responsable, hija fiel o trabajadora concienzuda. “Después de 15 años no tenía nada, no tenía trabajo, mis hijos no me hablaban, mi familia tenía su vida…fue un infierno”.
Junto a quienes ven el alcoholismo como una enfermedad puramente orgánica, nosotras lo pensamos como una problemática psíquica, y desde ahí nos planteamos a la persona alcohólica como alguien que recurre a la bebida para aliviar su dolor, para curar las heridas que le fueron infligidas durante su infancia, para tratar el daño que se sufre cuando se rompe un hogar o en caso de abuso físico, psíquico o sexual, entre otros.
El énfasis se pone en lo que está enfermo o roto en la personalidad antes que en una dolencia localizada en el cuerpo. Así, la persona puede ver que realmente es él o ella quien siente la necesidad desesperada del consumo en su mente y en su propio cuerpo,
A partir de adueñarse del problema y dejar de vivirlo en forma pasiva, es cuando podrán sentir y creer que son capaces de hacer algo con él y enfrentar las dificultades que el alcoholismo plantea, con la ayuda de quienes las rodean: profesionales, familia y compañeros.
Sabemos que vivir con el alcohol es decir un gran “no” a la vida, y por lo tanto la recuperación consiste en plantarle cara a la vida y decirle sí.
Para llegar a esto, la mujer necesitará enfrentarse a sus propias experiencias de vacío, arraigadas en sentimientos de no valer nada o de ser poco importantes, entre otros. Descubrir las razones por las que se ha optado por una “no-vida” tiene que ver con aprender a reconocer lo que duele y angustia, que suele ir acompañado por una sensación interior de vacío y falta de satisfacción personal.
Y así, en las propias debilidades, en nuestros aspectos más vulnerables, enfrentándonos a ellos y atravesándolos, es donde todas podremos encontrar la fuerza para salir y empezar a construir una nueva vida, y a construirnos como personas nuevas, autónomas y más satisfechas.
Hace un año, el 8-M supuso una movilización de las mujeres sin precedentes. La revolución feminista está provocando una revisión de los modelos tradicionales de mujeres y hombres, así como una lucha contra los estereotipos.
Pensamos que mientras las mujeres sigamos creando espacios generadores de intercambios, en los que nos interroguemos y debatamos sobre nuestros problemas, inquietudes, necesidades, diferencias… seguirá nuestra lucha por la igualdad y la libertad, también en el ámbito del alcohol.