9.5.2019 | VICTOR MEIZOSO, FACILITADOR DE ADIANTE

Es sabido por todas las personas profesionales que aportamos en el campo de la rehabilitación de las adicciones la importancia que las tomas de decisiones a lo largo de la vida influyen en la dirección hacia unos u otros resultados. Concretamente, la prevención, la anticipación, a través de la facilitación de herramientas eficaces y eficientes, debe ser misión en nuestro campo de trabajo. Bien ante una prevención de recaída, bien en la prevención pre-consumo.

Abrazar iniciativas como la del Gobierno de Canarias, primera comunidad en España que ha apostado por la obligatoriedad de la Educación Emocional en el currículo escolar, es de valorar y ensalzar, ya que junto a Reino Unido y Malta, aparecen como propulsores de esta obligatoriedad en el sistema reglado de la educación en la UE. Existen otras iniciativas, a nivel local, incluso regional pero sin el carácter obligatorio de los anteriores. No es misión en este artículo extenderse en detallar los resultados tan positivos contrastados que han arrojado a través de los innumerables estudios de la educación/inteligencia emocional (Mayer, Caruso y Salovey; Extremera y Fernández-Berrocal; Rafael Bisquerra; Fernández-Abascal, Palmero o Daniel Goleman, … por citar algunos) aunque sí la relación que existe entre las competencias socioemocionales y adicciones.

Estas competencias socioemocionales son un factor clave en la toma de decisiones, tanto a nivel preventivo como durante los procesos de rehabilitación de adicciones, y como tales se adquieren, son aprendidas y susceptibles de aprender. La educación mal llamada formal, ha sido y, es mientras no se “reconceptualice”, una fábrica de mano de obra donde se priman los conocimientos y lo memorístico, la competición frente a la cooperación, y ha aparcado la amplitud del concepto educación. La educación entendida como facilitadora no solo del saber y el saber hacer, sino además del saber estar, se trata de actitudes, de conductas y comportamientos. Lo que sentimos, condiciona e influye a todas ellas.

Las esferas políticas siguen dudando, o al menos prefiero seguir pensando así, en qué debe aportar el estado, entendido éste como entidad pública protectora, facilitadora, defensora y cohesionadora a través de derechos y deberes, en su afán por perfilar el tipo de ciudadanos y ciudadanas que conviven y se relacionan bajo su paraguas. Y digo dudan, porque replantear el sistema educativo significa replantear objetivos, pero sobre todo valores educativos, y eso exige de valentía para asumir las cifras de fracaso escolar, abandono, aumento de violencia y agresiones en centros educativos, muy ligado todo ello a factores de riesgo en las adicciones.

Lanzo unas preguntas por si alguien desea recogerlas, ¿en qué podemos como clase política ayudar a ser mejores ciudadanos, a ser mejores personas? ¿cómo podemos en nuestros cargos fomentar un desarrollo integral de la persona, para la consecución de objetivos positivos, para mejorar las relaciones humanas? ¿es posible tender la mano a niños y niñas, a chavales y chavalas, para decirles que estamos a su lado y que las problemáticas de consumos dependientes pueden ser debidas a no saber hacer nuestros deberes o esforzarnos para que no lleguen a producirse? ¿para cuándo la proacción en políticas efectivas de prevención, para cuándo velar por la protección de menores a través de esa educación integral, del “ser”?

Visto lo visto en la pasada campaña, y probablemente en las próximas, la clase política dirá aquello de “puedo prometer…” aunque no prometerán, o sí, y si lo hacen la memoria será vaga, y activarán sus misiles reactivos asistencialistas necesarios, olvidando y/o esperando a que las siguientes generaciones caigan para ofrecerles ayuda. La anticipación a esta, y otras muchas problemáticas, ofrecería señales que existe una idea pactada de mejorar y mejorarnos, que al fin y al cabo, la educación tiene mucho que decir.