Hola a todos. Soy Carmen Godino Soto, Abogada y en ocasiones, contadora de historias. Hoy me gustaría compartir con vosotros tres de ellas.
HISTORIA DE EVA.- Eva estaba harta de que se metieran con su aspecto físico. Comenzó a beber en las fiestas del instituto, para demostrarles a todos que aguantaba las copas tanto o más que cualquiera de los grandullones que se mofaban de ella. El alcohol le daba la valentía para enfrentarse al miedo que le infundían los demás y sobre todo, para olvidar su total falta de autoestima. El espejo le decía que no se parecía en nada a esas influencers e instagramers de moda que acumulaban likes por centeneras. Tenía 14 años. Entre los 15 y los 16, hubo de ser atendida varias veces por servicios sanitarios, sin que por ello cesaran las mofas hacia ella, porque nunca podría “beber como un tío”. Se temió muy seriamente por su vida, el día en que ingresó en el hospital en estado de coma. Antes de cumplir su mayoría de edad, ya era alcohólica.
Eva no sabía entonces que bebiendo la misma cantidad de alcohol que sus compañeros, la composición corporal y el peso, jugaban en su contra, ya que el alcohol se disuelve mejor en agua que en grasa, y que con la misma ingesta, las personas con menor peso, alcanzan niveles más elevados de alcohol en sangre. De eso, y de otras cosas, se enteró mucho después
HISTORIA DE MARU.- El sueño de Maru era ser madre, y cuando lo consiguió, fue la mujer más feliz del mundo. Su implicación en el cuidado del bebé era tanto, que nada le parecía suficiente para su peqieña. Su marido comenzó a pasar cada vez más horas fuera, y ella, agotada del trabajo dentro y fuera de casa, se relajaba por las noches tomando algún licor y mirando la televisión hasta que el sueño la vencía.
Así la sorprendió varias veces su pareja al llegar de madrugada, acusándola de que la niña lloraba sin atención y que tenía los pañales sucios.
Para evitar enfados, con el tiempo empezó a ocultar las botellas, a beber a escondidas y a usar enjuague bucal muy fuerte para disfrazar el olor, pero no pudo evitar tropezar un día que se sentía un tanto mareada, y arrastrar en su caída a su hija en la puerta del colegio. Fue la primera vez que oyó claramente de extraños las palabras “mala madre”. Su marido se lo decía todos los días, incluso ahora que se había ido de casa.
Fue al médico y le contó lo que había pasado. No tenía ni idea de que pudiera tener un problema, ya que solo bebía de forma esporádica. Siguió las pautas marcadas y dejó radicalmente de consumir alcohol.
La sentencia por la custodia de la niña, se pronunció en los siguientes términos:
“Se atribuye la guarda y custodia de la hija menor, ya que por las circunstancias actuales es lo más beneficioso para la hija, cuyo interés superior debe protegerse y prevalecer en todo momento. Y ello a pesar de que la madre haya sido la figura principal de referencia de la hija menor, habiéndose implicado de forma absoluta en su cuidado y atención, y por el contrario la implicación del padre ha sido escasa y limitada a las actividades de ocio. No puede afirmarse que la madre presente una dependencia a sustancias alcohólicas, ni que su consumo sea habitual, continuado y abusivo, pero aunque éste sea solo ocasional coloca a la niña en situaciones de riesgo. El horario laboral del padre y su falta de dedicación previa hacia la menor dificulta la guarda paterna, pero es la que mejor protege a la menor. Además, dada la edad de la niña, tiene madurez suficiente para cierta autonomía personal, precisando sólo un mínimo de supervisión y estando capacitada para realizar ciertas actividades diarias por sí sola”.
HISTORIA DE MÓNICA.- Mónica no sabía a quién pedir ayuda. Su hija Luna había cambiado mucho y cada día estaba más huraña y ensimismada. Luego llegaron los episodios de agresividad hacia ella y sus hermanos más pequeños.
Mónica quiso controlar la situación, pero no pudo. Concertó cita con profesionales, pero Luna se negaba a ir. Cada día llegaba más tarde a casa, y cuando trababa de dialogar con ella, era imposible. Dejó de ir a la universidad y se escapaba de casa, hasta que una noche ya no regresó.
La encontró la policía varios días después en un estado lamentable. En el hospital Mónica se enteró de dos cosas: que Luna era drogadicta y que estaba embarazada de tres meses.
Apenas salió del hospital, Luna volvió a escaparse. Mónica estaba desesperada, temiendo por la vida de su hija y del ser que crecía dentro de ella. Sin saber a quién acudir, sin entender cómo podía haber ocurrido y con el alma rota.
Fue a la Fiscalía, pero allí le dijeron que era mayor de edad y que el autoconsumo de sustancias no era delito.
Nada se podía hacer.
Estas tres historias, tienen varias cosas en común.
La primera de ellas, es que las tres dan pinceladas de la problemática específica de las mujeres con las adicciones: la estigmatización de la sociedad hacia ellas, la forma de beber en soledad y de forma autodestructiva, los efectos del consumo de alcohol o sustancias en la mujer embarazada, el maltrato y la violencia doméstica que sufren de parejas o personas de la familia con adicciones, la codependencia emocional de la mujer familiar de enfermos, los problemas económicos y judiciales cuando algún miembro de la familia es ludópata…etc.
Y la segunda cosa en común, es que no he contado el final de ninguna de ellas. ¿Queréis escucharlo?
Gracias a Asociaciones de Ayuda Mutua y de Terapia contra las Adicciones, Eva aprendió a quererse y aceptase a sí misma, sin necesidad de beber.
Maru no ha vuelto a probar el alcohol. Su hija le dice todos los días que es la mejor madre del mundo.
Javi nació con síndrome de abstinencia. Tras su nacimiento de Javi, Luna se puso en tratamiento y continúa con él. A su hijo y a ella les encanta hacer bailes con Mónica y los dos se pelean con ella porque la abuela se niega rotundamente a que los suban a Tik Tok.