Montaña González: Psicóloga de ANEX – Asesora Técnica de CAARFE – Vice Presidenta de la Asociación Espacio Vincular Psicoterapia (AEV) y Silvia Stretti: Psicóloga de la Asociación de ex Alcohólicos de España – Asesora Técnica de CAARFE – Presidenta de la Asociación Espacio Vincular Psicoterapia (AEV).

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17.9.2018 | En marzo de este año, la muerte del pequeño Gabriel a manos de la pareja de su padre conmovió profundamente a todo el país. Aunque menos impactantes, cada día aparecen noticias sobre asesinatos, violencia de género, abusos, secuestros, acosos, que nos llevan a cuestionarnos como seres humanos. ¿Qué explicación podemos dar a estos hechos tan deleznables?

La agresividad es inherente a todas las personas, forma parte de un bagaje instintivo que compartimos con los animales. Pero mientras que éstos luchan por recursos imprescindibles para la supervivencia y la continuidad de su especie, los humanos muchas veces nos hacemos daño sin necesidad y sin limitaciones.

Hablamos entonces de una agresividad que podríamos denominar sana, que va encaminada a la autodefensa y supervivencia; y otra destructiva, irracional y gratuita cuyo fin es el dominio o la aniquilación moral, física o psicológica del otro, en una situación de abuso de poder. Cuando la agresividad se utiliza para hacer daño a otro ser humano, hablamos de violencia.

Podríamos decir que hay una parte constructiva y otra destructiva en el ser humano y ambas conviven en nosotros. Muchas veces impera el amor, pero en otras ocasiones se impone el odio, la destructividad, la violencia. Ésta puede adoptar distintas modalidades, algunas veces sutiles, solapadas o mudas y otras, manifiestas.

Ignorar al otro como semejante, despojándole de su identidad como persona, sin admitir las diferencias, con actitudes de ninguneo, intolerancia, indiferencia o desprecio, es una formas de violencia que amenaza los vínculos. La vemos muy frecuentemente en las parejas (violencia de género), en las familias (de padres a hijos o de hijos a padres), en el ámbito escolar (bullying), en el trabajo (acoso laboral) o en el ciberespacio (ciberacoso). Si al otro no lo veo, no lo escucho, no lo tengo en cuenta, es que no lo quiero.

¿CÓMO SURGE ESTA VIOLENCIA?

La violencia no sólo es producto de factores genéticos e innatos, sino que éstos son modelados por el entorno, tanto familiar como social. Las condiciones de vida familiares, socioeconómicas y culturales y muchas otras variables influyen en la personalidad haciendo que en la vida de cada cual prevalezca el amor o el odio. En general, cuando el entorno confiere un apego seguro y un equilibrio adecuado entre las necesidades y su satisfacción, esto atempera la violencia. Los impulsos agresivos quedan ligados a los amorosos, haciendo que el edificio no se derrumbe.

Es la familia en primera instancia, la encargada de que las bases de ese edificio sean sólidas, promoviendo el respeto mutuo, el aprendizaje cooperativo, el ejercicio del poder y la responsabilidad, dando un lugar adecuado a la disciplina y a la tolerancia. Cuando existe una permisividad excesiva, el niño se convierte en un pequeño tirano. Pero imponer una disciplina rígida y despojada de afecto, tampoco garantiza un desarrollo psíquico adecuado.

Solemos pensar que el futuro está en los niños, pero según el biólogo Humberto Maturana “el futuro de la humanidad está en los adultos”. Porque ellos son los encargados de proveer las bases de apego, cariño y confianza que llevarán a los niños a construir una personalidad en la que los impulsos amorosos neutralicen a los destructivos.

También debemos tener en cuenta el contexto social en que nos movemos, ya que lo que es aceptado como normal en una época, en otra es considerado violento e inaceptable. Por ejemplo, la esclavitud en la edad antigua, el fenómeno del apartheid o, más recientemente, la consideración acerca del dominio del marido sobre su mujer.

En la actualidad vivimos en una sociedad individualista y competitiva, que fomenta la búsqueda del éxito fácil en lugar del esfuerzo para superar obstáculos y conseguir objetivos. En ella priman el individualismo, la falta de solidaridad y el fomento de valores como “tanto tienes, tanto vales”. También la tendencia a crear vínculos frágiles y temporales, el impulso a satisfacer necesidades y deseos ya, a vivir cambios constantes sin compromiso, perdurabilidad y profundidad, enfatizando ideales de éxito y consumo desmedidos.

Debemos ser conscientes de que una sociedad que excluye al desfavorecido, llegando casi a culpabilizarlo, que desprecia o ridiculiza a quien no tiene éxito, es caldo de cultivo de violencia.

 

VIOLENCIA Y ALCOHOL

El señor X se presenta en nuestra consulta y relata su sentimiento de frustración porque en su trabajo no terminan de darle el ascenso que le habían prometido. Añade que con su mujer últimamente se comunican poco, y que sus hijos van creciendo y ya no le idolatran como antes. Esto le genera una sensación de vacío interno e insatisfacción que le lleva a terminar muchos días en el bar, en lugar de volver a casa después de trabajar. Allí bebe hasta caer en un estado de euforia o sopor en el que olvida su situación personal, sin percatarse del daño físico y el hundimiento psíquico que esto le provoca.

Cuando se siente incapaz de enfrentar y resolver sus conflictos, el señor X encuentra en el alcohol un escape, una anestesia que le permite vivir en la ilusión de que nada se pierde y que todo se puede solucionar mágicamente, sin esfuerzo ni dolor.

Al salir de prisión, el señor Z acude a un grupo de terapia, debido a sus continuas borracheras que acaban en peleas callejeras y en maltrato a su mujer e hijos. Llora desconsoladamente mientras cuenta cuánto ama a su familia, y no entiende cómo es capaz de hacer daño a los que más quiere.

Muchas veces la sensación de frustración e impotencia lleva al consumo desmedido de alcohol para acallar el dolor que produce. Sin embargo, el alcohol inhibe la capacidad racional, la conciencia y la responsabilidad, provocando que la agresividad se dirija no sólo hacia la propia persona -que se hace daño consumiendo- sino también hacia los demás.

Cuanto más violenta se muestra una persona, más carenciada e insegura se siente, y más puede buscar la fuerza artificial que el alcohol parece ofrecerle.

 

“NADIE ES MÁS QUE NADIE”

Esta frase del ex presidente de Uruguay Pepe Mújica expresa en forma clara y sencilla la idea de que todos formamos parte de la humanidad y debemos respetarnos en nuestras singularidades.

Vernos a todos como parte de la humanidad permitirá que surjan la ternura y el afecto como forma de contrarrestar la violencia. La amistad y la solidaridad permiten pasar del “tú o yo” de la violencia que separa y excluye, al “nosotros” que une e integra.

Así como decíamos que el niño necesita de un entorno favorable que le permita atemperar sus impulsos agresivos, quien sufre de alcoholismo necesita ser acogido con afecto y respeto por aquellas personas que se harán cargo de su proceso terapéutico.

A su vez, sentirse parte de un grupo le permitirá aprender a gestionar de otra manera sus impulsos agresivos, respetándose y respetando a los demás. Descubrirá que la cooperación es mucho más placentera y enriquecedora que la hostilidad.