18.10.2018 | SILVIA STRETTI Y MONTAÑA GONZÁLEZ
“No podéis imaginar el infierno que estamos pasando”, dice Lola la primera vez que acude a nuestra consulta. Y la verdad es que sí, nos lo podemos imaginar, después de tantos años escuchando y acompañando a familias desbordadas y sobrecargadas por la erosión que el alcohol les ha provocado.
Lola sufre hipertensión arterial y ansiedad generalizada debido al estrés continuado al que vive sometida. María, la hija mayor, se fue de casa en cuanto cumplió los 18 años y apenas mantiene contacto con sus padres y hermanos. Carlos, el mediano, se muestra como el típico “pasota”: parece no importarle su fracaso sistemático en los estudios y se pasa el día en el parque con los colegas fumando porros, o aislado en su habitación viendo series. Manolín, el pequeño, acaba de ser diagnosticado con TDAH, es un niño impulsivo al que le resulta imposible centrarse en una tarea.
¿Y Paco? Al marido de Lola lo echaron del trabajo después de quince años y varias llamadas de atención por parte de sus jefes, y ahora hace chapuzas cuando le salen. Pero de lo que gana, gran parte no llega a casa, porque Paco pasa primero por el bar a festejar que cobró. No es agresivo y según Lola es muy buena persona, pero ella lo describe como “un mueble más del salón”: no participa de la vida familiar ni se ocupa de la casa, no toma ninguna decisión con respecto a los hijos y apenas se comunica.
Todos sabemos que el alcohol está integrado en la cultura y actualmente casi es considerado un producto de consumo más. Por eso suele estar presente en todas las edades y en todos los grupos sociales. De hecho, en todas las celebraciones que se precien no deben faltar el alcohol y unos buenos puros para agasajar a los invitados.
Pero cuando el consumo de alcohol se convierte en dependencia o adicción, la persona necesita dosis repetidas de la sustancia para sentirse bien, o para no sentirse mal. Y los problemas derivados de este consumo excesivo de alcohol se manifiestan especialmente en el seno familiar, sea porque aparecen trastornos en las relaciones, o porque unas relaciones familiares dañadas favorecen la instalación de trastornos adictivos.
Nacemos, crecemos, nos hacemos humanos y entramos en la sociedad a través de la familia. En efecto, la familia es un elemento constitutivo del ser humano. La paternidad y los vínculos familiares se construyen en un proceso, se van haciendo en un trabajo en común entre padres, hijos y hermanos. Cada uno aporta su historia, sus experiencias y valores, que necesariamente serán diferentes entre sí. Con estos mimbres tendremos que crear entre todos algo nuevo, un “entre” que sintamos como propio, como nuestro, como lugar de pertenencia.
Eso y no otra cosa es una familia: el sitio donde nos sentimos acogidos tal como somos, escuchados, donde se nos intenta comprender, aunque no se comparta nuestro punto de vista. Pero ya hemos visto que esto no sucede así en la familia de Lola.
Porque, ¿qué ocurre cuando en una familia se instala el alcoholismo?
Cuando una persona enferma, ese mal tiene relación con el entramado de toda su familia. Cuanto más enfermas están las relaciones, más se bebe y cuanto más bebe, más enferma la familia, se deteriora y en muchos casos llega a romperse. A nuestras consultas acuden muchas personas en busca de orientación y tratamiento para sus familiares alcohólicos, pero también demandan apoyo para ellos mismos. Cuando vienen, les decimos lo importante que es para la recuperación de sus familias que ellos:
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- Acepten la enfermedad
- Adquieran conocimientos sobre ella
- Apoyen a su familiar en las distintas etapas por las que va pasando.
Y todo esto es verdad, pero también ellos necesitan que los ayudemos a aceptar y entender esta realidad con que se enfrentan, que los asusta y desconcierta, los lleva a cuestionarse su lugar en la familia, y todo el entramado familiar.